Existe valor en todo lo raro.
Por lo tanto, yo soy de valor.
Pensar en la adultez como una etapa para acompañarnos y cuidarnos a nosotras mismas. Pensar en los años vividos como estampas de un álbum que retrata claroscuros que nos construyeron para que creáramos a otros y otras. Imaginar una vida adulta fuera de la norma que la plantea como decadente y aburrida, llegar a ella con imaginación y sobre todo, con felicidad. Vivir una adultez digna.
A través de la mirada de las directoras Ana Endara Mislov y Pilar Moreno, se hace una revisión íntima al Museo de Antigüedades de Todas las Especies, lugar creado por Senobia Cerrut. Esta mujer, antes de morir, rescató y cuidó decenas de artículos en su hogar para posteriormente convertirlo en un recinto ubicado en Paritilla, una pequeña provincia panameña que, según la leyenda, adquirió este nombre por haber sido el lugar donde dio a luz Tilla (¡parí-Tilla!), la esposa de un cacique.
Más que concatenar en un filme las imágenes de los valiosos artículos entre los que se encuentran cámaras, vajillas, pinturas, colgantes, frascos y libros, las directoras acuden a un grupo de mujeres adultas que, sentadas frente a la cámara, rememoran sus recuerdos, vivencias e inquietudes actuales. Así, conforme avanza el documental, se descubre en ellas una estrecha relación que además comparten con la creadora del museo: saberse mujeres.
En un ejercicio de introspección, cada una revela cómo su vida giró en torno al cuidado de los otros. Ahora, se topan con un vacío que les toca llenar por sí mismas, hallan en la falta del servicio a los otros una inmensa soledad.
El filme encuentra un punto de intersección en la soledad de estas mujeres y las razones que dieron origen a este museo. Senobia Cerrut halló en su creatividad y en la habilidad de sus manos las herramientas para construir algo que trascendiera y dejara huella en quien lo visitara. Ella rescató de su encuentro con la vaciedad una oportunidad para dejar sus ideas plasmadas en un territorio.
Las mujeres entrevistadas, que conocían a Senobia, almacenan su imagen en sus memorias y la recuerdan como una mujer curiosa y creativa. Una voz en off da vida a las palabras de Senobia, que plasmaba frases y dejaba escritos en cualquier superficie para rellenar los huecos del museo que construyó. “Aprende a ser feliz sola”, se lee en uno de los espacios con tinta negra permanente donde resuenan sus pensamientos.
Todas coinciden. En la adultez, la sensación que más las aterra es la de sentirse solas. Alguna se pregunta antes de dormir cuántas mujeres estarán, como ella, durmiendo solas; el cuestionamiento la reconforta, no es la única y está acompañada.
Reconocen en sus testimonios las cicatrices de las violencias que vivieron, la historia de sus cuerpos y con ello la necesidad de ser asistidas y cuidadas. ¿Qué hacer ahora con toda esa historia que las atraviesa?
Para Senobia, cuidar y dar hogar a cientos de objetos que para otros resultan basura, fue su manera de guardar en un espacio tantas vivencias como le fueron posibles. Sus manos hechas para crear las usó para poner en marcha las ideas de su cerebro. En esas paredes, ahora polvosas y con ánimo decadente, ejerció su derecho al goce, resignificando su envejecimiento para convertir esa etapa en una nueva experiencia.
En conjunto, el trabajo de las directoras, el encuentro con las entrevistadas, la voz narrativa y el collage de las imágenes de los objetos, consiguen una atmósfera íntima, cálida y sensible. Invitan a la reflexión acerca de la cantidad de maneras que hay para explorar la energía creativa y dignificar la vida misma.
Los objetos del museo, todos ellos rescatados para tener una segunda oportunidad, son la representación del cuidado, el respeto y el valor. Un reflejo de la importancia de adquirir identidad y presencia una vez que se desembotellan las ideas para dejarlas fluir, que alguien las tome, las admire y las registre para su construcción propia.
Dejar que los pensamientos broten, que el cuerpo envejezca y que el corazón y la mente se mantengan creativas, dispuestas a recibir y ofrecer ternura. Tener los ojos tan abiertos como las ventanas listas para cuando se desee escapar, cuidar las manos para construir un nuevo hogar cuando sea necesario.