Cuando una persona muere, el ritual de velar y sepultar su cuerpo se convierte en una garantía para su familia de que tendrán un lugar donde llorar, conversar o dejar flores. Se tiene, sobre todo, la certeza y seguridad de que esa persona descansa en un lugar digno. Para miles de madres y familiares de personas desaparecidas en México, la certeza no es ni siquiera una posibilidad. ¿A dónde van las desaparecidas? ¿Quién se las lleva?
En marzo del 2014, se reportó la sepultura irregular de más de cien cuerpos en el panteón de Tetelcingo, Morelos. La Fiscalía del Estado fue obligada a abrir la fosa en diciembre del mismo año, luego de que la familia de Oliver Wenceslao Navarrete Hernández supiera que el cuerpo de su familiar se encontraba inhumado en aquel panteón sin el consentimiento y reconocimiento de ellos.
Cuando una persona muere, el ritual de velar y sepultar su cuerpo se convierte en una garantía para su familia de que tendrán un lugar donde llorar, conversar o dejar flores.
Después de la exhumación de Oliver, familias y colectivos de buscadoras exigieron a las autoridades que se abriera nuevamente la fosa para saber quiénes eran las personas que estaban ahí. Las autoridades se negaron, pero la insistencia logró que, dos años después, a finales de mayo del 2016, se hiciera una jornada de exhumación en la fosa con la presencia y participación de familiares y organizaciones de víctimas de desaparición.
Las conclusiones arrojaron que no hubo un trato digno a los cuerpos inhumados. En algunos casos, a pesar de tener el contacto, no hubo un aviso a sus familiares y, contrario a lo que aseguraban las autoridades, varios de ellos no tenían carpeta de investigación.
La historia se repitió en 2017, cuando se dio a conocer la existencia de una fosa en el panteón municipal de Jojutla, Morelos; también excavada por funcionarios estatales. Los registros aseguraban la existencia de 35 cuerpos, pero al finalizar las labores de exhumación, se encontraron 84.
Al igual que en Tetelcingo, permitieron el ingreso de familiares de personas desaparecidas a la zona cero de la fosa. Aquí es donde se desarrolla la historia de Lina, Angy y Edith, contada desde la mirada de la documentalista y antropóloga visual Carolina Corral Paredes en el documental Volverte a ver.
Tranquilina Hernández (Lina) busca a su hija Mireya desde el 2014 y Angélica Rodríguez (Angy) vio por última vez a su hija Viridiana en el 2012. Edith Hernández, por su parte, localizó a su hermano Israel en las fosas de Tetelcingo en el 2016. Sus historias personales y la necesidad de que las familias se encuentren es lo que las lleva a formar parte del equipo presente en la exhumación en Jojutla.
La directora refleja a través del lente una realidad desconcertante: las autoridades demuestran poca empatía y respeto por las víctimas, se escudan en su imagen y evaden su responsabilidad de los daños ocasionados por el incorrecto ejercicio de su labor. También, observa de cerca las relaciones que se tejen entre mujeres que se encuentran y resisten juntas frente a la violencia que las atraviesa.
“Yo creo que la persona que se llevó a mi hija pensó que yo era muy débil, que no iba a hacer nada”, dice Lina en una escena del documental. Esta frase conjunta la historia de miles de buscadoras en México, que no cesan de luchar pese al cansancio por la impunidad y la desesperanza.
Muchas mujeres, luego de la desaparición de sus hijas o hijos, son empujadas para salir de su cotidianidad y comienzan a tratar de armar un rompecabezas al que le faltan piezas. Solas, pero en compañía de la gente que conocen en su camino, abren espacios para ser escuchadas y que los nombres de sus personas amadas no queden olvidados dentro de una carpeta de investigación.
Se vuelven expertas. No tienen formación como antropólogas forenses, ni como abogadas o peritos, pero aprenden pronto de tecnicismos y nombres de huesos del cuerpo humano que son claves para la identificación de un cuerpo.
Después de cada día de exhumación en Jojutla, Angy, Lina y Edith se sientan a platicar, a hacer cruces e intentar interpretar lo que cada una anotó de lo que se decía tras la salida de un cadáver. De repente tienen revelaciones que las rompen, como que aquella tortura evidente en uno de los cadáveres pudo ser el destino que también tuvieron sus hijas.
Carolina Corral transmite indignación y rabia a través de los rostros y espacios que encuadra en cada toma, pero también deja atisbos de esperanza al mostrar momentos como aquel en el cual las buscadoras recuerdan el cumpleaños de una de ellas y se regalan el espacio para cantar las mañanitas y darse abrazos.
El trabajo en la fosa de Jojutla fue paralizado debido a la presencia de tumbas independientes encima, es decir, quedaron cadáveres enterrados sin ser identificados. Los cuerpos de las tumbas fueron reubicados en mayo del 2021 para continuar con las labores de exhumación en la fosa; sin embargo, para octubre del mismo año aún no se contaba con una fecha para reiniciar el trabajo.
La historia de Volverte a ver es la historia de México, un país que se ha convertido en una gran fosa común cubierta de irregularidades. Según cifras oficiales, para noviembre del 2022 sumaban 95 mil 121 personas registradas como desaparecidas. Como uno de los graves temas por resolver, se encuentra la crisis forense que enfrenta el país. De acuerdo con el Movimiento por nuestros desaparecidos en México, son más de 52 mil personas las que yacen en fosas comunes de cementerios públicos.
¿Cómo reconstruir un país que está herido hasta el suelo? ¿Cómo asegurar a las familias tranquilidad y justicia? ¿Dónde hallar a las personas desaparecidas? Este documental es un registro de la resistencia y la búsqueda imparable por la verdad.
Sandra Ramírez es estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UNAM y prestadora de servicio social en Ambulante. Periodista en formación. Aprendiz y observadora en constante movimiento. Interesada en la cobertura de violación a los derechos humanos, cuidado de las infancias y violencia contra las mujeres.