“Lo primero que hacía al abrir los ojos era decirme: ‘sí, es real’, hacerme un recordatorio rapidísimo de ‘sí, Arturo está desaparecido, lo estás buscando’. Y sentir otra vez esa montaña de dolor y de tristeza”. Así inicia No sucumbió la eternidad, documental profundo y entrañable de Daniela Rea, el cual retrata dos historias que son miles de historias de este México con más de ochenta y ocho mil personas desaparecidas.
La película de 2017 presenta la historia de Liliana, quien busca a Arturo, su pareja, desaparecido desde 2010, y la de Alicia, quien busca a su mamá, desaparecida desde 1978. Acompañando a Alicia y Liliana en su vida cotidiana, Rea nos muestra la presencia de esa ausencia, la incertidumbre constante que es la desaparición de las personas.
Por una definición del desaparecer
La desaparición, dice Gabriel Gatti, es una ruptura de significados. Los calendarios se van marcando con fechas de la ausencia. Las celebraciones tienen un lugar vacío en la mesa, a veces literal y a veces figurativamente. Cuenta Elena Poniatowska en Fuerte es el silencio que una tarde, estando sentada con Rosario Ibarra, fundadora y figura fundamental del Comité ¡Eureka!, vio que los ojos de doña Rosario se empañaban. Llovía, y Rosario le comentó que no sabía si su hijo Jesús, desaparecido desde 1978, se estaba mojando. Esa experiencia de la constante presencia, de la constante incertidumbre, retrata la desaparición en una imagen. Dice Liliana: cada día me pregunto dónde y cómo estará Arturo.
La desaparición es un estado liminal que no es la muerte, pero tampoco es la vida, y que sobre todo puede ser cualquiera de los dos, con la incertidumbre de cuál de ambos estados es y sin poder lidiar con las implicaciones que cada uno tiene. De acuerdo con Gatti, la desaparición es un nuevo estado del ser, ni más ni menos. Liliana reflexiona, “¿quién soy yo para desear que él esté vivo todavía, viviendo quién sabe qué cosas terribles?” Y es eso, la incertidumbre de no saber cómo y dónde está la persona desaparecida. No saber “si está completo, si está en pedazos. Sé que si está vivo, no es ya la persona de la que yo me enamoré”. Como parte de su definición, en la desaparición se niega el paradero y la suerte de la víctima. Sin embargo, los relatos de sobrevivientes y los vestigios de las personas desaparecidas que han sido encontradas sin vida, llevan a los familiares a imaginar todos los destinos posibles. En el documental, Liliana reflexiona cómo contarle a León, su hijo, que existe la vida y la muerte, pero también existe la desaparición, que es estar entre estas dos categorías.
Entonces, ¿cómo retratar la desaparición si no es mediante quienes se quedan, quienes buscan, quienes luchan cada día por el regreso de su ser querido? Y, ¿cómo hacer que esa carga de buscar, de luchar, de llevar un recuerdo, de hacer que alguien no se olvide, no sea tan pesada? ¿Cómo repartirnos esa carga entre todxs?, ¿cómo hacer esas ausencias nuestras y acompañar y luchar por el regreso de cada una de las personas desaparecidas?
No sucumbió la eternidad nos muestra la importancia de la memoria, de las memorias, de mantener vivo el recuerdo de las personas desaparecidas, también para aquellas que no las conocieron, que no las conocimos. Y nos presenta también las contradicciones de los recuerdos, de las narrativas. Así, Alicia cuenta cómo cuando era chica pensaba en por qué, si su mamá era buena y quería lo mejor para todxs, alguien la pudo desaparecer. El documental nos muestra las contradicciones del recuerdo. Por ejemplo, memorias de los “festejos” que Alicia rememora más bien como conmemoraciones, por la tristeza que las rodeaban, aunque las tías parecen recordar como celebraciones felices.
El tema en México
En los últimos años, el tema de la desaparición de personas ha ocupado cada vez más un espacio en la agenda pública en México. Desde las primeras filtraciones de listas de personas desaparecidas en 2012, donde se hablaba de más de veinte mil víctimas durante la llamada “Guerra contra el narco”, con hitos fundamentales como la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, hablar de desapariciones en México se ha vuelto más común. Y no solo porque se han ido conociendo las historias de quienes han desaparecido en meses, años o décadas pasadas, sino también, y sobre todo, porque las desapariciones han seguido cometiéndose día a día; porque cada vez conocemos más de cerca a personas que han sido desaparecidas.
Para entender las desapariciones y la lucha por el regreso de las personas en México, es fundamental pensarlas históricamente, entender sus orígenes. Espejeando con No sucumbió la eternidad, vale entonces hacer una muy breve historia de las desapariciones, para situar las de Alicia y de Arturo y de las más de ochenta y ocho mil personas desaparecidas.
Historia de las desapariciones
De acuerdo con organizaciones como el Comité ¡Eureka! e H.I.J.O.S. México, Epifanio Avilés Rojas es la primera persona que se tiene registrada como desaparecida por razones políticas. El 19 de mayo de 1969, el profesor Epifanio fue subido a un avión militar y llevado al Campo Militar Número 1 en la Ciudad de México. Desde finales de los años sesenta, hasta mediados de los ochenta, entre 600 y 1,300 personas —dependiendo de las listas de las organizaciones— fueron desaparecidas en un contexto de represión sistemática por parte del Estado mexicano.
Las guerrillas urbanas y rurales, así como los movimientos sociales que existieron en México desde los años cincuenta hasta los ochenta del siglo pasado, fueron reprimidos por parte del Estado mexicano, usando a las fuerzas de seguridad. Para las guerrillas y movimientos en el ámbito rural, las principales fuerzas de desaparición fueron el Ejército mexicano y escuadrones de la muerte, quienes reprimieron a quienes participaban en las guerrillas, pero también a quienes los apoyaban en las comunidades. Para las guerrillas y movimientos en el ámbito urbano, las policías políticas, en específico la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) fueron las encargadas de una represión mucho más focalizada y directa.
Durante estas décadas, la represión fue sistemática, como ha mostrado el informe de la Comisión de la Verdad del estado de Guerrero. Sin embargo, las desapariciones forzadas, es decir, aquellas cometidas por agentes del Estado o con su conocimiento o aquiescencia, han seguido sucediendo a lo largo y ancho del país durante todos estos años. Las desapariciones que han sido asociadas con la llamada “Guerra contra el narco”, que generalmente se piensan desde el año 2006 a la fecha, son una mezcla de desapariciones forzadas y desapariciones cometidas por particulares. En muchas casos, aunque el secuestro no sea llevado a cabo por agentes del Estado, hay toda una serie de instancias estatales que perpetúan la desaparición al no buscar a la persona desaparecida, al no llevar a cabo las acciones que prevengan la repetición de los eventos y al no identificar a los cuerpos que siguen esperando que se les regrese su identidad, a pesar de que miles de familias buscan a sus seres queridos cada día.
La desaparición que continúa
La imagen de Liliana en una marcha por los 43 estudiantes de Ayotzinapa —en donde se escuchan consignas como “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, creadas en los años ochenta por las “Doñas” (las madres del Comité ¡Eureka!) y repetidas desde entonces en todo el país en la exigencia por la presentación de las personas desaparecidas— simboliza la continuidad en las luchas. A pesar de que las desapariciones de los años sesenta a ochenta y las cometidas en el contexto de la militarización del país se piensan a veces de manera segregada, No sucumbió la eternidad ayuda a verlas en su continuidad en cuanto a sus efectos. Además, es importante tener presente su vigencia en cuanto a la impunidad y al rol que las fuerzas armadas han jugado en las desapariciones.
Las desapariciones son, de acuerdo a la legislación internacional, un delito continuado. Es decir, un delito que se comete cada día hasta que la suerte y el paradero de la persona desaparecida no sean revelados. En México, las desapariciones cometidas en días, meses, años y décadas pasadas se siguen ejerciendo pues seguimos sin saber dónde están las personas desaparecidas. Así, el Estado mexicano, en sus diferentes colores y partidos, sigue cometiendo y no ha podido prevenir las desapariciones que se llevan a cabo cada día en todos los rincones del país.
Además, la desaparición es una forma de tortura no solo para la persona que es desaparecida, sino para sus familiares, para su gente cercana. La perversidad de la desaparición como mensaje, del disponer de la vida del otro, se materializa en Alicia contando cómo desde el Estado les dijeron que sus familiares serían regresadxs a casa y cómo prepararon ese regreso. Esta historia, también, se repite en las geografías y las temporalidades. Liliana comparte cómo pensaba: “Arturo puede estar sin comer, lo pueden estar torturando y yo estoy supertranquila comiéndome mi plato de desayuno”. Al hablar de la desaparición y cómo va habitando todos los espacios cotidianos, dice “Me dolía el aire. Me dolía la piel”. Pensar en este dolor del todo, del aire, de la piel, ejemplifica esa tortura permanente en que se tiene a los familiares de personas desaparecidas.
Colectividad como respuesta
En México, ante la perversidad de la desaparición, como en muchos otros países del mundo, los familiares, predominantemente las madres, hermanas, esposas, hijos e hijas, se han organizado colectivamente para buscar a sus seres queridos. Ejemplo de esto son la abuela y la tía de Alicia, Alicia Merino y Martha de los Ríos, quienes colectivizaron el dolor y la lucha, formando parte del Comité de Madres de Desaparecidos de Chihuahua. Alicia se llama igual que su mamá que fue desaparecida, y ella viene también de este linaje de búsqueda y de lucha. Junto con otras Doñas, la mayoría madres de personas desaparecidas, llevaban cotidianamente a las calles a quienes les hacen falta. El reclamo por su presentación con vida siempre se mantiene. Las Doñas, como amorosamente se ha conocido a las mujeres integrantes del Comité ¡Eureka! y de los comités locales que formaron parte del mismo, tomaron avenidas, puentes fronterizos, plazas, catedrales. Hicieron huelgas de hambre, volantearon. Son, con su ejemplo amoroso, una parte indispensable de la lucha por las personas desaparecidas que hoy se da forma en más de cien colectivos a nivel nacional, agrupados en diferentes redes, todos buscando a las personas desaparecidas.
Desaparición y niñez
No sucumbió la eternidad trata un tema fundamental en esta crisis de desapariciones en la que vivimos: la niñez. Alicia era una bebé cuando su mamá fue secuestrada. Y décadas después, León, el hijo de Liliana y Arturo, estaba todavía en el vientre cuando su padre fue desaparecido en San Fernando, Tamaulipas. ¿Cómo hablar con niños y niñas sobre la desaparición? ¿Cómo explicar esa ausencia, ese no estar vivo ni muerto? Liliana, en sus reflexiones sobre su maternidad, dice que León tendrá que aprender a vivir con el no sé. Vivir con la incertidumbre, eso es la desaparición. Alicia, al hablar de sus hijos Nikolás y Sebastián, dice que tienen que saber lo que le pasó a sus abuelos, que no fueron lxs únicxs, pero también que hay vida, que hay alegría, para que la realidad de la desaparición no los paralice. La memoria, dice Alicia, tendría que ser un arma de transformación, de emancipación.
Organizaciones importantísimas para los derechos humanos, como el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM), en Chihuahua, han trabajado con la niñez. Ellos acompañan los procesos de quienes tienen familiares desaparecidos, entendiendo las particularidades que tiene el vivir la ausencia en esta etapa de formación y crecimiento. Desde el CEDEHM, se ha pensado en un acompañamiento colectivo también a niños, niñas y adolescentes. Dice Alicia que se sentía muy sola cargando la foto de su mamá. ¿Cómo hacemos para que ningún/x niñx más se sienta solx al buscar a sus seres queridos? ¿Cómo hacemos, más bien, para que ninguna niña, ningún niño, ningún adolescente más tenga que buscar a un ser querido? ¿Cómo se hace para parar esta crisis de desapariciones, en donde la niñez está creciendo con la desaparición como una realidad cada vez más cotidiana y cercana?
A manera de cierre, el documental anuncia que cientos de personas fueron desaparecidas en los años setenta por el Estado mexicano y que más de 30 mil han sido desaparecidas como resultado de la estrategia de militarización a partir de 2006. Ahora, cuatro años después del estreno de la película, la cifra de personas desaparecidas y no localizadas se acerca a las 90 mil. Cada vez que haya que actualizar esta cifra, cada vez que la escribimos, hay que pensar que detrás de cada uno de esos números está una historia, como la de Liliana y Alicia, de Arturo, su pareja y Alicia mamá, también las historias de Tamaulipas y las de la Chihuahua, las de un México entero con decenas de miles de historias que nos faltan cada día. Dice Liliana que siente que si ella está, Arturo está, porque él está en su recuerdo, porque no lo olvida. No sucumbió la eternidad es una invitación a que Alicia, Arturo, y todas las personas que nos faltan desde los años sesenta y hasta ahora estén también en nosotrxs. Y que esté en nosotrxs también la exigencia de que ninguna persona sea desaparecida nunca más.
* Agradezco a todas las personas con quienes he caminado por la memoria, verdad y justicia en cuanto a las desapariciones en México. A los familiares que buscan a sus seres queridos, mi admiración y solidaridad, siempre. Nos faltan a todxs.
María De Vecchi Gerli es coordinadora de Derecho a la Verdad en ARTICLE 19 Oficina para México y Centroamérica. Su tesis doctoral versa sobre las batallas por la memoria en cuanto a la desaparición en México y puede consultarse en: https://discovery.ucl.ac.uk/id/eprint/10064633/1/De%20Vecchi%20PhD%20Thesis.pdf