Desaparecer más de una vez. Esta es la situación que enfrentan miles de familias en México, quienes por una parte atraviesan el dolor de la desaparición física de un ser querido y, por otra, el desgaste y la incertidumbre de la desaparición del caso dentro de las instituciones que deberían dar respuesta.
¿Qué hay detrás de una administración pública en la que se pierde la cadena de custodia de los cuerpos de nuestros desaparecidos? Hablamos al respecto con Michael Chamberlin, consultor de Derechos Humanos.
¿Qué significa “doble desaparición”?
En México, hemos visto cómo las personas desaparecen para las familias, y muchas veces también desaparecen para el Estado. Esto tiene básicamente dos razones: una es porque se pierde el rastro de la persona desaparecida. Por ejemplo: el cuerpo llega a un SEMEFO (Servicio Médico Forense) y ahí se pierde la cadena de custodia; es decir, no saben dónde quedó. No hay registros, no se sabe si lo enterraron o si fue entregado a una universidad. Se pierde el cuerpo.
Sucede también con personas vivas. Hay casos, sobre todo de personas mayores, que llegan a una institución pública y no recuerdan de dónde vienen. Luego terminan siendo atendidos, mueren, son enterradas y no hay contacto con las familias. Hay una pérdida de la cadena de custodia de la persona y luego el Estado no puede dar cuenta de ello. También existe la doble desaparición de manera deliberada. Esto es cuando un particular o el mismo Estado no quiere que el cuerpo sea encontrado.
Hablemos de las fosas en Jojutla y Tetelcingo retratadas en Volverte a ver. En tu experiencia, ¿qué resalta más de este caso?
Por un lado está claro que hay un interés, en este caso de la Procuraduría, de deshacerse de un problema. Existe una acumulación de cuerpos que no tienen manera de procesar, identificar, mucho menos regresar, y lo más fácil fue enterrarlos, provocando un dolor a la familia y violando derechos.
Por otro, llama mucho la atención que en estas fosas se hallaron cuerpos que estuvieron bajo custodia del Estado y que después fueron desaparecidos. Personas que estuvieron en la Procuraduría, en un SEMEFO y después fueron puestos en estas fosas, como intentando desaparecer el rastro. A la fecha no hay identificación y mucho menos investigación de qué pasó cuerpo por cuerpo, por qué están ahí, cómo llegaron ahí y cuál es su historia.
Eso es lo que importaría recuperar ahora: cuál es la historia individual de cada uno de esos cuerpos, por qué terminó donde terminó y quién es responsable de esto.
¿Qué crees que sea lo más doloroso de la doble desaparición?
Es un doble golpe para las familias, las cuales al parecer encuentran qué pasó con el familiar, cuál fue el último lugar donde lo localizaron, para después sentir que lo vuelven a perder. Esto genera una doble desesperanza y una doble frustración.
Desde tu perspectiva, ¿cuáles crees que son los efectos menos difundidos de la crisis de desaparecidos en México?
En lo personal, una preocupación que siempre he tenido es, ¿qué pasa con los jóvenes que fueron niños al momento de la desaparición de su familiar? Muchas de las personas desaparecidas han sido hombres en edad productiva, que tienen hijos pequeños y conforme pasa el tiempo estos hijos crecen albergando en su corazón muchísimas preguntas: ¿qué pasó?, ¿dónde está mi papá? ¿por qué le hicieron eso?
Hemos visto muy poco sobre el impacto que tiene la desaparición en estos niños que se vuelven jóvenes y creo que es importante ver estos otros efectos de la desaparición, sobre todo en las generaciones que siguen.
Estamos hablando de la importancia de las historias de estas personas. En esos términos, ¿cuál es el cambio narrativo que te gustaría ver en México en relación a la crisis de desaparecidos?
Por un lado, creo que estamos muy envueltos en el dolor y en el impacto que nos causan las desapariciones y, por otro (y no es para menos), la crisis de fosas clandestinas. Y parece que también hay una narrativa, sobre todo por parte del Estado, en donde lo que importa es, en el mejor de los casos, identificar el cuerpo, regresarlo a su familia y no investigar nada más.
Pero me parece que tenemos que empezar a mirar las historias detrás. Empezar a preguntarnos por qué sucede lo que está sucediendo, cómo hacer para que deje de suceder y eso necesariamente nos lleva a plantearnos proyectos en torno a la verdad.
Insisto: cada cuerpo tiene una historia.
En tu camino como activista y defensor, ¿qué crees que has aprendido de las familias de personas desaparecidas?
Mi principal aprendizaje ha tenido que ver con la humildad, con las víctimas en general y con respecto a mí mismo, con lo que concibo que soy y pretendo ser. Entender que no soy más ni menos, entender que no puedo cargar su dolor y que lo mejor que puedo hacer es acompañarlas y juntos tratar de hacer las cosas de manera diferente.
Me daría mucha indignidad y vergüenza no estar a la altura de lo que exigen las víctimas.
¿Dónde está la luz?
Definitivamente en la verdad. La verdad, por dolorosa que sea, es mejor a la incertidumbre.
Michael Chamberlin es consultor independiente en derechos humanos. Fue director general de Vinculación y Reparaciones Colectivas en la CEAV. Ha trabajado como consultor para Open Society Justice Initiative para la inclusión de víctimas y organizaciones de la sociedad civil en procesos de justicia transicional en México. Fue miembro del Consejo Consultivo de la CNDH y exdirector adjunto en el Centro para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios A.C., en Coahuila.
Claudia Lizardo es egresada de la licenciatura en Estudios Liberales de la Universidad Metropolitana en Caracas, Venezuela. Se ha dedicado a la redacción creativa y al desarrollo de estrategias de contenido para radio, televisión y plataformas digitales y es cofundadora del proyecto de innovación periodística El Bus TV, en Venezuela. Actualmente es coordinadora de Comunicación en Ambulante.
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