Autorreferencial

Dos perspectivas sobre Ficción privada

Dos textos se aproximan a un mismo documental, evidenciando la subjetividad que existe en cualquier interpretación cinematográfica.

Por Ana Emilia Felker y Atenea Cruz

1 May 2020

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Otros desconocidos

Por Ana Emilia Felker

Escribir a partir de un género literario es atenerse a los límites, como el matrimonio que levanta unos muros para el amor. La consigna aquí es hacer una crónica del acto de ver el documental argentino Ficción privada. ¿Y qué es la crónica más que el intento desesperado por atrapar el tiempo?, dice cierto cronista bigotón. Una matrioshka de contención: (crónica(documental(una historia del amor))).

La cinta es sobre el dolor de perder a los padres. Con las fotos y las cartas que se enviaron Torcuato y Kamala entre los años cincuenta y sesenta, su hijo, Andrés Di Tella, los regresa al tiempo. Para hacerlos hablar, revivirlos de alguna forma, contrata a una pareja de actores que representan su correspondencia.

Una conversación entre fantasmas”

Con su cámara va removiendo ladrillos de la casa familiar. Averigua —a veces husmea— cómo era el mundo que habitaron, qué los unió y qué los llevó a separarse. Ella se sentía más libre fuera de su país, la India, pero estaba aislada en la provincia Argentina, donde nadie, ni su marido, se le parecía.

Compramos un proyector hace unos meses. Él (el otro) y yo vimos Ficción privada antes de dormir y el perro se hizo un ovillo entre nosotros. La luz del aparato abre portales, convierte a uno de los muros del matrimonio en un ventanal a paisajes cambiantes.

La cadencia melancólica del documental me relaja y me quedo dormida apenas aparecen los créditos finales. Sueño que somos espíritus pero no tenemos hijos que nos invoquen ni fotografías nuestras a la venta en un mercado de pulgas. Despierto a las cinco de la mañana. Veo el techo. Hago un recuento de diez imágenes de nuestros diez años de conocernos. Debería imprimirlas para que envejezcan con gracia y no en el disco duro. Me pongo a escribir.

El documental comienza con una serie de fotografías de desconocidos que alguien sostiene mientras camina:

Esta podría ser la historia de un hombre que se levanta en la mañana y no sabe quién es”

Di Tella piensa que las fotos desechadas pertenecen a personas que nadie recuerda. En ellas también proyecta la memoria de sus padres; lo hace, por ejemplo, con la de dos pandas enjaulados: “Quizá ellos también se sentían atrapados”. Más adelante dice sobre algunas de las fotos de Kamala y Torcuato: “Mis padres, otros desconocidos”.

Distingo en la oscuridad los rasgos de mi otro, a quien nunca conoceré del todo. Me pregunto si alguien se tomará la molestia de ver nuestras fotografías cuando ya no estemos, si inventarán nuestras historias posibles.

 

 

Ana Emilia Felker es autora de Aunque la casa se derrumbe (UNAM, 2017). Ha sido becaria de Jóvenes Creadores del FONCA. Obtuvo el premio Nacional de Periodismo 2015 en Crónica. Es candidata a Ph.D. en Estudios Hispánicos en la Universidad de Houston.

 

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Quiromancia

Por Atenea Cruz

Siempre me ha gustado escribir cartas, pero fue hasta adulta, ya como escritora, que pude cultivar esta afición. Durante años he mantenido correspondencia con amigos de ciudades en las que viví, que visité o que probablemente no conoceré nunca. En una caja guardo, ordenadas por remitente y fecha, tantas cartas y postales que apenas caben. No sé si me gustaría que las leyera alguien aparte de mí. Creo que no. A pesar de que la mayoría de mis amigos son escritores, los temas son demasiado personales; su prosa, por supuesto, es de buena factura en más de un sentido (un amigo ejercitaba su bella caligrafía al escribirme) pero pocas veces discutimos sobre literatura. Mis cartas pues, se parecen más a la correspondencia chismosa de Capote, que a la didáctica de Flaubert.

Ficción privada, de Andrés Di Tella, es un documental basado en la correspondencia entre Torcuato y Kamala, un ejercicio mediante el cual el director pretende profundizar en esos seres desconocidos que son nuestros padres. Él mismo siente incomodidad y miedo ante su intromisión, justo lo mismo que experimento al leer un volumen de correspondencia o el diario de un artista que admiro. ¿Con qué derecho me asomo a esa porción de intimidad ajena?, ¿cuánto de luz echará sobre su obra descubrir que le dolían los huesos en invierno? No está bien, me digo. Y, sin embargo, no puedo parar. No quiero dejar de inmiscuirme en la soledad de las cartas de Kamala, que hacen llorar a la joven actriz que las lee y que amenazan con hacerme llorar también porque, como sucede con el arte, le he dado un sentido personal a una voz anónima.

Di Tella se queja de que no entiende la letra de su madre y alguien le responde que su valor reside en eso: es el pulso de la mano el que dicta los trazos. Se lee también la vida en una mano que escribe. El papel contiene otras formas del lenguaje, silenciosas pero visibles. Cada carta es el documental de una relación: no escribimos para retratar lo que vemos, sino para comprender lo que sentimos al observar. La escritura —el cine, el arte— más que un medio se convierte en médium: un canal para contactar con algo más allá que exige ser descifrado, con los universos íntimos que terminan junto con las relaciones, con lo que se rehúsa a ser olvidado y morir.

 

 

Atenea Cruz (Durango, 1984), es autora de la novela Ecos (FETA, 2017) y de la colección de cuentos Corazones negros (An.Alfa.Beta, 2019). Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 2017. Fue becaria de Jóvenes Creadores del FONCA, en la categoría de Cuento, en 2019. Ha colaborado en revistas como Letras Libres, Tierra Adentro, Playboy y Luvina, entre otras. Twitter: @ateneacruz

Estos textos forman parte de la versión impresa de La Revista Ambulante, a la venta en aquí.

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