Entre risotadas, Linn da Quebrada, mujer trans y artista de funk carioca (un estilo musical originario de las favelas de Río de Janeiro emparentando con el hip hop) imagina esta provocación: una muñeca parlante que al sobarle la barriga diga: “Soy una terrorista de género”.
Apelar al uso del terror, así sea de manera lúdica, podría causar resquemores. Sin embargo, a estas alturas de Marica travesti, se intuye el contexto violento de su postura. Se podrá desconocer la discriminación racial imperante, los altos índices de asesinato de personas trans, o la bravura machista del funk en Brasil, pero Linn deja claro qué convenciones y normalidades quiere resistir. Cuando canta “bixa pretra, tra, tra…” gesticulando con la mano una pistola, sabemos que su música dispara de vuelta los oprobios y tropelías que padecen las mujeres, sobre todo las negras y pobres.
Este documental, antes que retrato, funciona como una suerte de topografía. Salvo unos cuantos recuerdos de su adolescencia y una grave enfermedad que padeció, el tiempo transcurre en el presente. Quebrada, en portugués de Brasil, significa hendidura y barrio periférico. Entre shows y convivencias, Linn recorre
ese terreno de fracturas sociales mediante reflexiones íntimas y siempre perspicaces en torno a su vida e identidad. En ello se nota su participación en la escritura del guion, como si la película fuera una faceta más de su práctica performática. La ausencia de una “historia” se contrarresta con dos ejes gravitacionales alrededor de los cuales giran las escenas. El primero es el pro- pio culo de Linn, en sus palabras, centro de su cuerpo y deseo con los cuales subvierte las expectativas de lo femenino y lo transgénero. El segundo, los lazos afectivos. Su madre, su complicidad artística y emocional con Jup de Bairro, sus amistades y sus amores, tejen una densa red de cuidado. En Marica travesti, Linn da Quebrada se revela como la muñeca terrorista que es, a un tiempo dulce y atroz.