Hace casi veinte años, la publicación de Ricas y famosas de Daniela Rossell causó conmoción en México. Si bien la élite mexicana siempre había sido retratada por las secciones y revistas de sociales, aquellas no dejaban de ser fotos de ocasión. En su serie, en cambio, los retratos involucraban a sus sujetos con un grado mayor de premeditación. Se trataba de presentarse junto a las ropas, objetos y ambientes con que se identificaran. Más allá de la riqueza, lo que causaba estupor era la osadía o ingenuidad con que todo ello se ostentaba.
Esa misma falta de conciencia situacional (situational awareness), así como la saturación de colores y pomposidad chabacana, eran para mí reconocibles en Jackie Siegel protagonista de La reina de Versalles, largometraje de Lauren Greenfield. De allí, Greenfield se embarcaría en Generación riqueza, un proyecto multiplataforma que documenta las vicisitudes de la plutocracia global. En dicho proyecto, Greenfield delata cierto idealismo hacia la simplicidad y austeridad republicanas, sobre todo cuando abordaba a Estados Unidos; la clase media a la que pertenece admira el éxito y la acumulación de riqueza mientras sea fruto del ingenio o el trabajo, y el dispendio esté acompañado por la filantropía.
En La jefa máxima, su película sobre Imelda Marcos, ex primera dama de Filipinas, Greenfield toma distancia de su propio país y recupera así una postura lejos de cualquier tono moralizante. Aunque la historia moderna de filipinas está íntimamente ligada a la de su propio país (y por ello no sorprenden los talking heads estadounidenses que la conocen de primera mano) Greenfield se interesó en Imelda tras leer un artículo sobre el parque safari en Calauit, una isla de donde se expulsó a la población indígena para importar animales africanos en 1976. Esta y otras extravagancias de Imelda quedan atestadas en el documental: los zapatos y las joyas, las obras de arte, el reparto al por mayor de limosnas. También su incapacidad para captar la pobre luz que se echa sobre sí misma: su descaro ante la riqueza inexplicable de su familia o sus quejas plañideras como autonombrada madre de la nación. La eficacia de su guion melodramático ante una audiencia doméstica adquiere a través del lente de Greenfield un cariz fársico.
El interés de Greenfield por las clases más adineradas gira a medio camino del largometraje, acercándose al aire aterrador de Los testigos de Putin, otro documental, programado en Ambulante 2019, que desmenuza el poder y la traición. En términos mexicanos, es aquí cuando la película abandona una historia sobre Karime Macías o Angélica Rivera para adentrarnos en la de Elba Esther Gordillo o Rosario Robles. La sagacidad de Imelda asegura no solo el retorno de su familia del exilio sino la recuperación de su patrimonio mal habido y la incorporación de ella y sus hijos Bongbong y María Imelda a la vida política. La alianza fáctica y apoyo financiero de los Marcos a Rodrigo Duterte aseguró su elección como presidente y tendió el camino para el incansable empeño revisionista de la vida y obra del exdictador Ferdinando.
Es razonable preguntarnos si se justifica hacer un filme así, otorgándole una ventana de autopromoción a quienes, desde una posición dominante, obtienen provecho de la exposición mediática. Aquí muestra el documental su singularidad frente a otros medios. Ni los ciclos noticiosos de 24 horas —por su velocidad—, ni los reality shows —por la manera en que dramatizan la trivialidad—, nos posicionan en un punto similar para ponderar la incongruencia del privilegio y las contradicciones del poder. Si bien, a lo largo de su historia, la fotografía y el cine documentales se han decantado por el registro de grupos desfavorecidos u oprimidos, la misma vocación crítica puede prevalecer al mirar su opuesto.
Nadie está exento de la seducción de los políticos; pensemos para no ir lejos en Conociendo a Gorbachov o American Dharma. Si bien Imelda y los Marcos no tendrán la estatura del último líder de la Unión Soviética, ni la influencia del ideólogo preferido de la ultraderecha populista, sus acciones han perjudicado a generaciones enteras de filipinos. La de Greenfield no es una mirada “antropológica” a los ricos, famosos y poderosos; tampoco puede considerarse denunciadora, pero devela en cada uno de sus dobleces la tramoya y la utilería del espectáculo de los Marcos. Y esa es una crítica tan feroz como suficiente.
Julián Etienne es crítico de medios y programador de Ambulante.