La percepción no es caprichosa, sino fatal.
Ralph Waldo Emerson
¿Cómo desaprender conductas que cosifican a las mujeres si estas se reproducen todo el tiempo en los materiales cinematográficos que consumimos? Este y otros cuestionamientos se desprenden a partir de la visualización del documental Manipulación: sexo-cámara-poder, cinta donde la directora Nina Menkes hace una crítica hacia la forma en que el cine se ha construido a partir de la mirada masculina.
Con apoyo de ejemplos concretos y la alternancia de las voces y opiniones de mujeres involucradas en la industria cinematográfica, Nina Menkes expone frente a un público las consecuencias, sobre todo para las féminas, de que el cine esté pensado para la satisfacción de los deseos masculinos. En la pantalla, explica, se generan imágenes que perpetúan la posición de poder de los hombres, lo cual se consigue con la subordinación de los papeles que interpretan las mujeres.
Aunado al tipo de personajes que se piensan para el género femenino, en los materiales creados por varones se utilizan todas las herramientas posibles para dejar clara su visión. Más que el simple cumplimiento de caprichos por parte de los realizadores respecto a cómo se generan productos cinematográficos, sus decisiones, remarca Nina, contribuyen a una estructura que afecta continuamente la posición de las mujeres en la sociedad.
El diseño de tomas, los encuadres, movimientos de cámara, ordenamiento de elementos en la pantalla y la misma iluminación son técnicas utilizadas por la industria para un mismo objetivo: remarcar un modelo patriarcal en el que las mujeres son utilizadas como objetos; mientras tanto, los hombres se constituyen como los sujetos que miran y ordenan.
Al ver en una película el modo en que estos elementos están estructurados desde la mirada varonil, les espectadores no solo observan lo que el director quiere que vean, sino que perciben la intención con la que se crea ese ambiente, es decir, se involucran directamente con los sentimientos y entienden las acciones de los personajes, esencialmente masculinos. De esta manera, las acciones que se reflejan en pantalla la sobrepasan y comienzan a reproducirse en la vida cotidiana. Se trata de una “hipnosis global”, una propaganda del patriarcado.
Esta visión que se construye gracias al consumo de productos cinematográficos no solo es evidente en la manera en que los hombres entienden y tratan los cuerpos femeninos, también afecta la forma en que las mujeres se entienden y se miran a sí mismas.
Los directores y creadores, además de trasladar a la pantalla una imagen subordinada de las mujeres, las retratan con una estética específica pensada exclusivamente para su complacencia. Mujeres delgadas, blancas, con facciones definidas y otras características son el modelo predominante; en la pantalla no hay lugar para cuerpos fuera de la norma, para cuerpos gordos, negros, adultos, discapacitados. Lo anterior, genera una falta de representación, un “lenguaje visual que contribuye al autodesprecio femenino”.
Las consecuencias de estos esquemas generados por hombres, explica Nina Menkes, son principalmente perjudiciales para las mujeres, pues al ver en una pantalla que su función es ser objeto de la mirada del otro, comienzan a moldearse para satisfacer. Sin embargo, en el camino se encuentran con que esa imagen que reproducen, esa estética que copian de la pantalla, no tiene su esencia. Se pierden a sí mismas por tratar de encajar en el canon de la sensualidad, por convertirse en objeto de deseo.
Al hacer un repaso de los personajes interpretados por mujeres en las películas más premiadas, ¿con cuántas de ellas nos podríamos identificar física y emocionalmente? ¿Todas las mujeres podemos acoplarnos en el modelo construido por la perspectiva masculina?
La solución, admiten diferentes testimonios del documental, no basta con buscar la paridad de género ni aplaudir la presencia de mujeres detrás de las cámaras, ya que ser mujer creadora no es sinónimo de tener una mirada que se rebele contra esta imagen subordinada. Más bien, se trata de una toma de conciencia colectiva que genere espacios para las mujeres; pero no como reproductoras de ese mismo discurso masculino predominante, sino como parte de una sociedad que se esfuerza por reconocer la necesidad de cambiar radicalmente este discurso.