A principios de los años ochenta, decenas de comunidades indígenas en Guatemala, principalmente mayas, fueron víctimas de una estrategia de aniquilamiento nombrada “tierra arrasada”, la cual fue puesta en marcha por el Gobierno guatemalteco con el propósito de luchar contra la base rural de la guerrilla comunista, que se negaba a servir al régimen ultraconservador de Efraín Ríos Montt, entonces presidente de Guatemala.
Como resultado, más de 100 mil personas fueron asesinadas en manos del ejército; otras más fueron desaparecidas y el resto huyeron hacia México. Comunidades enteras se convirtieron en cenizas y los sobrevivientes quedaron heridos por el rencor y la desesperanza de obtener justicia.
Junk’olal, documental dirigido por Diego Moreno Garza y Fabiola Manyari, registra las voces y rostros de personas pertenecientes a una de las comunidades que sobrevivió al desplazamiento. A partir de los testimonios de hombres y mujeres, se conoce desde las víctimas la manera en la que esta decisión gubernamental atentó contra la libertad y dignidad de miles de personas.
Todos ellos, con la rabia atravesada, recuerdan la manera en que comenzaron a accionar. A mediados del año 1982, bajo el discurso de que la guerrilla era dañina para Guatemala —aunque esta buscaba la inclusión de las comunidades indígenas y campesinas en el desarrollo social—, el gobierno aseguraba que de seguir avanzando en materia de agricultura, quienes trabajaran la tierra podían obtener grandes préstamos del banco. Es decir, buscaban que la base rural desertara de las ideas comunistas.
Guatemala se convirtió en un territorio militarizado. Además del ejército armado, se conformaron patrullas civiles para vigilar 24 horas al día. Con la falsa idea de que todas las personas eran guerrilleras, el ejército se encargó de cerrar el paso a aldeas enteras y prendieron fuego.
Los estragos fueron gravísimos. Personas fracturadas tras haber sido echadas de sus casas, soldados dispersos en todo el lugar, un monte repleto de personas asesinadas. Una mujer parte en llanto y declara: “Tengo mucha tristeza, tengo dolor, no tengo hermanos, no tengo hermana; nadie sabe de mi tristeza”. Este, su testimonio, ejemplifica la situación de cientos de personas que resultaron víctimas del conflicto armado. Familias enteras destruidas y como resultado una herida nacional.
Quienes ofrecen su testimonio frente a la cámara destacan, también, la importancia que tenía la tierra para las comunidades antes del atentado. Era de la naturaleza de donde sostenían sus vidas, a través de la agricultura y la armonía con la madre tierra. Ver hecho cenizas el territorio que habitaban fue, incluso para las personas sobrevivientes, como perder su vida.
Años después del atentado, su relación con la naturaleza sigue siendo especial. La cámara registra el rostro de una mujer adulta que aunque con pocos dientes, sonríe mientras habla acerca de los pájaros y sus distintas peculiaridades; explica sus nombres y de dónde vienen para después replicar sus cantos.
Este documental, además de recuperar de las voces de las víctimas la manera en que ocurrieron estos hechos represivos, destaca la importancia de mantener viva la memoria, de transmitir la rabia y esperanza a nuevas generaciones. Al final del filme, una joven asegura: “Yo sé que cuando ellos caminaban por la noche descalzos, con balas, ruidos, en la lluvia, yo sé que ellos tenían esperanza y tenían la esperanza de que nosotros viviéramos”.